sábado, 22 de julio de 2017

Argentina, Propiedad del Trabajo y Creatividad Política.


Mucho se habla de la forma de gestión de la producción en el modo “empresa recuperada”. Desde hace unos años ha cobrado creciente importancia esta forma de llevar adelante empresas que, a términos de mercado, no lograron mantener su cuota y cayeron en quiebras. Una de las experiencias en esta forma de gestión se desarrolla desde principios de la década de 2000 con el caso de la administración del quebrado Hotel Bauen de Buenos Aires por parte de una cooperativa de trabajadores.

El término “empresa recuperada” hace referencia a una línea de pensamiento político-económico que sostiene que, en esencia, toda empresa en el mercado es una forma de robo institucionalizado que se hace a los trabajadores, los cuales -despojando el marco institucional “burgués”-, serían los poseedores originales de eso que hace ser a la empresa tal cosa; el trabajo. De esta manera –se sostiene-, solo el trabajo es la fuente que da valor a la producción, y ese valor se extirpa del trabajador en forma de un sistema de precios de mercado mediante el cual el empresario (el ladrón), depreciando el precio que paga por la fuerza de trabajo (el salario) y apreciando el precio que cobra por vender lo producido por esa fuerza (el producto final), se queda con el valor agregado que correspondería al trabajador. Por lo tanto, desde este particular punto de vista, un acto de estricta justicia pasaría por lograr que los trabajadores se apropien de la empresa para poder apropiarse así del total de la fuente de creación que les pertenece, y es desde este lugar que toma cuerpo el concepto de “empresa recuperada”.


Hay que establecer claramente que en tanto definición, al momento de "recuperar" eso que se ha mencionado, no se está recuperando una empresa sino se la está escindiendo. Lo que se está recuperando (si es que podemos hablar de recuperación) es otro tipo de cosa, pero no una empresa, por lo que el nombre "empresa recuperada" no es más que una simple falacia ab ovo.

También hay que establecer que el concepto “empresa recuperada” tampoco tiene cercanía -en esencia-, a lo que comúnmente se interpretaría sobre la vida o desaparición de una empresa. El concepto de recuperación no remite al proceso mediante el cual una empresa que entró en quiebras, luego de un proceso de mejora continua, logró avanzar y revertir sus deficientes estados contables para pasar a ser autosuficiente y competitiva. Reitero; la definición de recuperación que sostienen quienes llevan adelante este objetivo político remite a la devolución de lo que alguien, por fuerza, habría robado.

Es amplio en nuestro medio el abanico de economistas, pensadores y funcionarios que consideran aquella postura como una posición justa y verdadera. Y desde ese lugar se han abierto puertas legales para justificar la apropiación de empresas con problemas contables por parte de los planteles operativos. Paralelamente, cuando no ha sido posible enmarcar el latrocinio de forma legal, se ha apelado a la necesidad de ciertos derechos con los que han salido en tiempo y forma a avalar la toma de empresas (el robo verdadero).

Es importante indicar que el decretar o certificar la toma de una empresa en problemas por parte de sus trabajadores es, lisa y llanamente, avalar desde las instituciones el asalto a la propiedad garantizada por la Constitución Nacional. Una empresa en quiebra continúa bajo posesión original de su dueño, y la única opción formal institucional que puede tomarse ante esta situación no es otra que la de activar todos los mecanismos que sean necesarios para otorgar plenas garantías a sus originales poseedores para que puedan ajustarse a derecho y ofrecer una salida justa y equitativa a sus acreedores (o la salida más justa y equitativa en el marco de lo posible). Todo lo que quede por fuera de esos marcos no son más que pujas facciosas con mediaciones políticas. En donde siempre pierden aquellos que más alejados del poder político están y menos poder de presión poseen.

Cuando la empresa en quiebra se otorga a sus trabajadores mediante la vía política: ¿quién se encarga de pagar a los dueños originales el dinero por la inversión inicial y el riesgo de producción que aún queda en forma de máquinas y predio? ¿De qué manera la “empresa recuperada” subsiste por la vía de su producción luego del latrocinio?

La primera pregunta tiene una respuesta corta; nadie afronta esos costos. Los dueños originales no tienen derecho a vender su empresa para pagar sus deudas particulares luego del quebranto, empujando también al quebranto potencial a los acreedores más importantes o dejándolos en manos de una negociación directa con los nuevos dueños de sus activos, o sea, los trabajadores protegidos institucionalmente por el Estado. La segunda pregunta también tiene una respuesta corta; el grueso de las empresas recuperadas subsiste gracias a subsidios y transferencias que otorgan diversos programas de Estado. Son prácticamente nulos los casos exitosos en el sentido de la recuperación a términos de mercado de este tipo de empresas; generalmente los acreedores no logran cobrar el total de las deudas y las empresas no logran revertir la dinámica que las llevó al quebranto. ¿Cómo subsisten? Subsisten políticamente empujando al sector político a no quedar expuesto ante una decisión que nadie quiere tomar por ser "políticamente incorrecta", o sea; dejar que la empresa subsista o fenezca dependiendo de su propia productividad y sistema de negocios.

Si una empresa quebró porque continuó con la producción de cable coaxial cuando el mercado estaba profundizando la incorporación de fibra óptica, la empresa recuperada continuará fabricando algo que ya no se utiliza, calzando gran parte de su demanda en el mercado interno en la medida que su presión se complete con el sector político en forma de barreras de entrada a la competencia (protecciones arancelarias), transferencias vía subsidios o generación de leyes de promoción especial para que otras empresas se vean obligadas a comprar producción obsoleta dentro de sus insumos. Y así, es toda la sociedad la que se empuja al freno técnico, gestándose caída de incentivos, de competencia y, lógicamente, de competitividad. Tal el resultado de una anómala forma de captar un proceso y una aún más anómala forma de organizar el sentido de lo político para tomar decisiones.

Esto es parte de un problema de sentido que hoy tenemos en Argentina, y no es un problema menor. Lamentablemente el grueso del arco político argentino observa este procesos tan solo en el nivel de las apariencias. Los empresarios son vistos como los señores malignos que pretenden quedarse con lo generado por los trabajadores. Y así, desde ese lugar, toda intervención pública se construye pensando en la manera de atar lo más posible a ese feroz peligro para dar a cada uno su merecida parte. Gran parte de la ciudadanía también es víctima de esta ensoñación y es anuente con esa anómala forma de ver el mercado, la producción y hasta el sentido de la vida.


Todos gritan que en el mercado hay algo injusto que nos oprime, y esa opresión -creen-, no puede venir de otro lugar que no sea del sector empresario. No se advierte -y no quiere advertirse- que el empresario también es una persona que trabaja (en muchos casos tanto o más que muchos trabajadores). Son muy pocos quienes se atreven a ir a la esencia del proceso y analizar desde donde salen los impulsos creativos que hacen que haya más y más empresas ofreciendo más y más productos y más y más trabajo. La actitud y el empeño para sobrepasar el miedo al riesgo que empuja a una persona a confiar en su intuición movido por su ambición, anhelo y capacidad creadora, no puede hacer otra cosa más que gestar nuevos puestos de trabajo, y esta forma de ver el proceso de creación laboral prácticamente no está presente en la agenda de discusión pública de nuestra sociedad. También hay otros motivos más allá de un triunfo parcial de un obsoleto relato de izquierda, la culpa; no son pocos los empresarios que adquirieron un ADN culposo luego de décadas de ser señalados, y sienten que no es motivo de orgullo ser lo que son. Pero también hay empresarios, claro está, que creen serlo cuando tan solo son proveedores públicos de baja calidad.

El grueso de las "empresas recuperadas" hoy captan sus recursos por la vía del subsidio público, el cual, recordemos, se genera transfiriendo recursos desde la ciudadanía que paga impuestos hacia estas formas de producción lenta, y así, sus planteles van perdiendo la noción de entregarse al cliente y la voracidad por buscar una ganancia y va ganando la certeza de exigir al ciudadano la renta necesaria para mantenerse en pie, so pena de escarnio público.

El límite de todo esto ya lo estamos presenciando con las gestas que está intentando profundizar la izquierda más combativa. Si bien es marginal la influencia neta de este tipo de organizaciones en las variables macroeconómicas, esencialmente hay en ellas una dinámica que es característica de gran parte del funcionamiento de nuestra economía en cuanto a descalces entre productividad, medio de intercambios y satisfacción, y esa perversión se manifiesta en forma de inflación. Bajos niveles de productividad acompañados de altos niveles de transferencia no pueden generar otra cosa mas que la necesidad de inyectar billetes para equiparar la escasez de productos de calidad de consumo para algunos y la escasez de clientes disponibles para otros.

Uno de los puntos que la administración actual deberá definitivamente afrontar con seriedad y entereza, es el de la gestión del sentido político de esto que se ha dado en llamar "empresas recuperadas" y la exigencia de trabajo por obligación del Estado. Del tratamiento que de estos temas se realice se sentarán las bases institucionales que necesita la economía Argentina para garantizar la tan ansiada inyección de inversión local e internacional. No es un tema menor para tratar entre gallos y medianoche, sino uno bien mayor que monta toda una estructura de pensamiento que debemos dejar atrás.



domingo, 9 de julio de 2017

Explotación Intelectual.


Desde que Marx logró establecer el concepto de plusvalía como elemento válido para entender las relaciones económicas, las relaciones económicas dejaron de ser interpretadas como mutualmente beneficiosas para pasar a ser observadas críticamente como relaciones de dominación. Desde ese momento –o más precisamente desde que Lenin a principios del siglo XX vuelve a traer de las cenizas a ese concepto fenecido en el último tercio del siglo XIX- las orientaciones de política, economía y filosofía política comenzaron a cambiar sus premisas radicalmente; fueron dejando de lado la concepción operativa de sus enunciados para dar paso a una especie de orientación voluntarista en sus conclusiones: la búsqueda de objetivos se transformó en una búsqueda de justicia; las teorías de la distribución, de la renta y su apropiación fueron el inicio de un sinfín de elucubraciones que terminaron derramando sobre otras ramas del conocimiento. La filosofía política comenzó a centrarse en las relaciones de poder, la jurisprudencia a cuestionar la legitimidad de su propio edificio legal y la educación abrió las puertas a la deconstrucción de los paradigmas sobre los cuales educaba (aquí la complejidad se hizo creciente puesto que la educación se iba reconfigurando a la vez que ayudaba a reconfigurar sobre la base de las formaciones que impulsaba). La educación comenzó a gestionarse desde su propia culpa, al creerse elemento utilitario con el cual anteriormente los dominantes habían adoctrinado a los dominados; debía dejar de ser eso para pasar a ser el elemento crítico para lo que se llamó “el cambio social”.


Ha pasado un siglo y las consecuencias de aquella interpretación de las relaciones humanas no parecen ser buenas. Si bien los resultados son dispares y hay países y regiones que se desprendieron de ese lastre hace décadas, también están los que continúan intentando abordar las relaciones económicas y políticas desde ese lugar. Escuchamos hablar cotidianamente de “puja distributiva”, se inunda nuestros sentidos con comparativas entre los que más y los que menos tienen que de nada sirven a efectos del cambio posible que supuestamente promueven. Son estilizaciones que parten de un dogmatismo heredado (y que en muchos casos hasta el propio investigador no tiene consciencia de ello) y terminan siendo poco más que bullying pseudocientífico. ¿De qué sirve a efectos de ser un acervo de conocimiento científico saber que hay mil cuarenta familias que poseen más de 30 millones de dólares? Absolutamente de nada, a lo sumo podrá ser una buena información para quien desee cometer un delito, robar. A los efectos prácticos institucionales podrá servir para ir, expropiar con el rigor de la fuerza pública, distribuir aquella abundancia y no haber promovido ningún cambio real sino tan solo una mejoría transitoria, efímera; todos más cómodos mañana y más pobres y desgraciados después, una vez agotado el ingreso extra. Aunque eso no es todo; empobrecidos pero también transformados en cómplices y partícipes necesarios de un grupo de delincuentes que atentó contra la propiedad de otras personas.

El motivo de este breve escrito es mostrar el peligro que aún subyace en nuestra región, somos de aquellos países que aún no logra quitarse este lastre de encima. Si usted observa la imagen que acompaña este escrito, verá que la confusión ha llegado a tal nivel, que hasta en ámbitos universitarios hay personas que creen que el mensaje que ella porta es una especie de iluminación a enseñar, un velo a correr. Si usted siguió hasta aquí la lectura de este breve escrito, podrá captar el peligro que implica absorber esa falacia y creer que en ella hay categoría de verdad. Esa imagen porta el inicio de la ruta hacia la miseria de cualquier sociedad económica posible; sus yunques son la prueba de su obsolescencia.

jueves, 8 de junio de 2017

Inflación y Economía Argentina.


La inflación desde hace unos años ha vuelto a ser un problema económico central en Argentina. De hecho, parte no menor de lo que definió las últimas elecciones tuvo que ver con este proceso: por un lado se sostenía; “un poco de inflación no es dramático en tanto que los salarios no pierdan su poder de compra real”. Por otro se indicaba, palabras más palabras menos, lo siguiente; “la inflación es el principal mal a combatir en una economía, puesto que siempre los precios suben más rápido que los salarios –precios por ascensor y salarios por escalera-, perjudicando a los más necesitados. También es nociva para los proyectos de inversión dado que no se puede trazar un futuro previsible para cualquier emprendimiento, puesto que se presentan como opción los incentivos a generar rentabilidad haciendo arbitraje financiero, utilizando la diferencia nominal de variables que se ven exaltadas por la inflación antes de arriesgar todo a un proceso de producción física (con todo lo que implica en términos de lidiar con sindicatos, marcos legales, el fisco y demás)”.

A continuación dejaré someramente descritos algunos aspectos fundamentales de un proceso inflacionario, las causas que pueden originar los primeros movimientos de precios -que se estima pueden ser controladas-, y las consecuencias de depender en demasía de esas causas hasta perder el control y desatar un proceso que se acelerará hasta decantar en lo que se conoce como “hiperinflación”.

Un elemento central de la formación de un precio es la escasez y la utilidad de un producto. Sabemos también que el mercado es el lugar en donde se generan los intercambios, en donde hay quienes ofrecen productos y quienes demandan. Por lo tanto, abundancia de un bien genera efectos; por un lado puede restar utilidad por ser abundante. Esta cualidad de útil deviene por la necesidad de su posesión: un litro de agua en el desierto es escaso y útil en tanto que es abundante e inútil en la ciudad que se desarrolla al lateral de un manantial. ¿Qué sucedería si el cortejante ofrece dos litros de agua mineral como obsequio a su amada en medio de una cena romántica en el último piso de un elegante restaurante de New York en lugar de ofrecerle un collar de diamantes? ¿Y qué cualidad adquiere ese mismo cortejante ofreciendo los mismos bienes a su amada pero en medio del Sahara? ¿Cómo creen que respondería su amada en uno y otro caso? ¿Por qué bien se sorprendería y desearía en cada ejemplo? ¿Cuál sería la voluntad del cortejante respecto de decidir conseguir uno u otro bien en ambos casos y por qué bien decidiría inclinarse para culminar de la mejor manera su cortejo? Hay algo que en economía hace tiempo que ha sido saldado como elemento de observación, y que parece ser una especie de ley natural: no se desea aquello que abunda.

Pensemos ahora que el dinero que utilizamos para nuestros intercambios también es un bien que se ofrece y se demanda en el mercado, aunque hoy quien lo ofrece es un monopolista; el Banco Central que, en cierta medida, depende del Estado. Y es la institución que posee el monopolio legal del curso nominal del dinero que nos sirve de intercambio. Este dinero, cuando hacemos transacciones internacionales, debe cambiarse por dinero de cambio internacional -que es el dólar estadounidense en gran parte del mundo-. Hay que decir que el Banco Central también es quien posee el monopolio sobre la posibilidad de establecer un tipo de cambio determinado para transacciones internacionales (aunque no sea recomendable que lo haga, puede hacerlo, experiencias recientes lo atestiguan).

¿Qué sucede cuando hay abundancia de dinero en el mercado? Dado que una de las funciones del dinero es servir de medio de cambio, éste conforma su carácter de abundancia o escasez comparado con la cantidad de bienes y servicios de los cuales es reflejo. Si hay necesidad de incrementar bienes y servicios y por lo tanto se demanda dinero para hacerlo, es algo diferente en términos de cadena causal al proceso en el cual se impulsa la oferta de dinero desde el Banco Central para que haya más creación de bienes y servicios empujados por la demanda de los mismos. Al haber abundancia de dinero en el corto plazo, lo que más rápido responde en ese lapso es la subida de precios, puesto que incrementar producción lleva más tiempo, no es una reacción instantánea (menos aún si la capacidad instalada de producir está en máximos). De esta manera podemos intuir que la suba de precios no es consecuencia de unos “malos vendedores y empresarios que remarcan” (tal cosa es solo efecto aparente, la apariencia): la suba de precios se presenta porque el valor del dinero comienza a perderse por efecto de su abundancia. Entonces, quienes pretenden entregar ese dinero a cambio de otro bien que desean, deben entregar más de él porque quien lo recibe no lo valoriza tanto por su abundancia y exigirá más y más para compensar. De esta manera, en el proceso generalizado serán más y más personas las que querrán desprenderse de ese dinero abundante, intentando reemplazarlo por dinero escaso (en Argentina el dólar es el eterno retorno a la escasez verde como refugio de valor).

Hay quienes indican que el Estado no debería repetir siempre la receta de generar abundancia de dinero para poner en los bolsillos de los ciudadanos con anterioridad a que éstos realicen una prestación que sea concomitante a ese dinero (planes sin contraprestación), puesto que se empuja a la inflación y la inflación es algo que perjudica a los más necesitados. La cadena de causalidad que arranca como una buena intención terminaría generando el efecto contrario, se sostiene. Otros indican que si no se pone dinero en el bolsillo de los ciudadanos habría otros ciudadanos que verían muy mal su pasar, dado que dependen de la demanda de estos otros (changas, servicios menores barriales, mercados, albañilería y demás), y que la cadena de causalidad, con todo lo que pueda decirse, termina siendo un proceso virtuoso.

Los que abogan por el control de la oferta monetaria indican que una de las principales circunstancias que puede empujar a descalzarla es el déficit fiscal (lo que gasta el sector público respecto de sus ingresos); y que por lo tanto cuando menor sea el déficit menor es la necesidad de emitir dinero o tomar deuda. De ahí que hoy se habla tanto de “achicar el déficit”. Un déficit alto empuja a la emisión desmesurada de dinero y esta emisión desmesurada empuja a la caída de valor del dinero, esto empuja al desprecio por el mismo por parte de los particulares, que pedirán más de él para obtener la misma satisfacción que ayer. Así, como nadie quiere ese dinero, todos ven la posibilidad de desprenderse de él (algo así como la imagen de los tres chiflados quitándose de encima la bomba con la mecha encendida a punto de estallar pasándola de mano en mano antes de que explote). Si se toma deuda también hay un problema, dado que llegado el momento de comenzar a pagar los servicios de la misma (y si ésta es voluminosa) se debe o bien tomas más deuda, emitir o elevar impuestos –o de todo un poco-. Si se elevan impuestos se retrae la inversión y la creación de bienes y servicios, dejando relativamente a la cantidad de dinero en circunstancia de abundancia (siempre que se empuje a la emisión o al empleo público sin contraprestación para paliar la desocupación que la retracción de inversión genera lo que suele denominarse "efecto desplazamiento"). Esto empuja nuevamente al proceso anterior: si se toma más deuda se entra en un espiral que profundiza la dependencia de la confianza sin más, dejando expuesta a la economía a cualquier shock sensorial; un aleteo de una especie de pequeña mariposa financiera puede generar una gran crisis de desocupación y quiebras. Y si se emite dinero en demasía ya vimos lo que sucede.

Todo lo anterior podría no ser crucial en un contexto en el cual la capacidad instalada de producción se encuentre muy por debajo de su límite máximo. De esta manera, se dice, toda emisión de dinero cuya intención es volver a hacer funcionar tal capacidad, no se verá reflejada en incrementos de precios puesto que las respuestas son automáticas. Por lo tanto habría que ver desde donde se parte cuando se "inyecta demanda" por esta vía en una economía. Si se arranca desde una capacidad ociosa importante, el efecto inflacionario será menor (se dice). Desde este lugar podríamos indicar que en Argentina el problema inflacionario crucial, angustiante, no fue tal hasta finales de 2009 (momento en el que se habría llegado al agotamiento de la capacidad instalada acumulada durante la década del 90). La continuidad de inyección de demanda por el lado de la emisión monetaria (profundizada desde 2011) comenzó a acelerar la inflación y empezaron a descalzarse los demás parámetros (para amortiguarla se tocó el tipo de cambio, comenzaron a escasear divisas, y se elevaron los controles de precios). Hoy podríamos indicar que la economía Argentina prácticamente está en estanflación desde 2011 (inflación con estancamiento).