jueves, 7 de julio de 2011

¿Crisis o toma de ganancias planificada?

Si al siguiente video le agregamos que los valores monetarios que se muestran esfumados, finalmente aparecieron en forma de inyecciones de reactivación, podremos concluir que no existió crisis alguna, sino una formidable creación de ganancias y trasnferencia.

lunes, 20 de junio de 2011

Henry Kissinger, aún ahí...

Un emblemático personaje de las relaciones exteriores de la segunda parte del siglo pasado, aún sigue latente en la programación del nuevo orden mundial. Tal vez más latente que nunca; aquí en un tramo particularmente interesante de una entrevista que le ha realizado Charlie Rose a los pocos meses del desarrollo de la llamada "crisis Sub-Prime".

lunes, 30 de mayo de 2011

Argentina y la sustitución de importaciónes

Comercio exterior / China es el socio comercial más afectado
La Argentina lidera el ranking de países más proteccionistas

Es la economía en la que rigen más medidas para frenar el ingreso de productos importados

Jorge Oviedo
LA NACION


La Argentina se ha transformado en el país más proteccionistas del planeta por la gran cantidad de medidas contra las importaciones que ha adoptado y por el número de países a los que ha afectado con ellas. Con todo, la Argentina parece no tener demasiado éxito, ya que según las últimas estadísticas oficiales las importaciones crecieron 38% en el primer cuatrimestre del año, mientras que el valor exportado creció 12% por efecto del aumento de los precios, ya que los volúmenes colocados en el extranjero decrecieron.

El seguimiento del número de medidas proteccionistas que se encuentran vigentes muestra a la Argentina en el primer lugar, con 121 medidas, mientras que en segundo lugar se ubica la Federación Rusa, con 119.

Los datos pertenecen a Global Trade Alert (GTA), una organización independiente que está coordinada por el Centro para la Investigación de la Política Económica (CEPR es la sigla en inglés), una red de 750 investigadores básicamente de universidades europeas que tiene base en Londres. El GTA complementa y va más allá de las iniciativas de la Organización Mundial de Comercio y el Banco Mundial identificando los socios comerciales que pueden ser afectados por medidas estatales.

Los datos muestran que los más afectados por las restricciones argentinas son China (65 medidas), Tailandia (40), Indonesia (39), Malasia (38), Singapur (38), Corea del Sur (38), Vietnam (37), Hong Kong (35), Brasil y Paquistán (31), Corea del Norte (29), Alemania (28), Italia y España (27), Estados Unidos (25) y Uruguay (24). Las medidas se adoptan en general por tipo de productos y cada una suele afectar a más de un país.

En la página web de GTA, tanto los funcionarios como los operadores de comercio exterior pueden ingresar y reportar medidas restrictivas, lo que colabora para que la base de datos se mantenga actualizada en tiempo real. Pero en el caso de la Argentina pareciera que este método no permite medir muchas de las restricciones que no son escritas, muchas de las cuales hicieron estallar el conflicto todavía no resuelto con Brasil. Las dilaciones inexplicables, las prohibiciones de importar que no tienen fundamento alguno y que muchas veces son sólo verbales no están contabilizadas en la estadística.

Pese a las medidas de protección, la Argentina terminó 2010 con un déficit de casi US$ 1700 millones con el resto de los socios del Mercosur, básicamente por el rojo en el intercambio con Brasil, y de poco más de US$ 2000 millones con el Nafta. Justamente, varias de las medidas afectan a Brasil, Uruguay, Estados Unidos y Canadá.
En rojo
En los primeros cuatro meses las compras al resto del Mercosur aumentaron 31%, mientras que las ventas sólo crecieron 29%, según los datos del Indec, lo que hace prever un crecimiento del rojo comercial con esa región este año. Algo parecido ocurrió con el Nafta. Las compras crecieron 45% y las ventas sólo 36%, lo que hizo que en sólo cuatro meses se acumulara un déficit superior a la mitad del registrado en todo 2010 (US$ 1300 millones).

El Gobierno ha estado exigiendo a las compañías que inviertan y produzcan en la Argentina si quieren poder importar productos, e incluso restringiendo y hasta prohibiendo la entrada de productos a quienes no lo hacen.

Por ejemplo, paralizó el ingreso de automotores y motocicletas BMW. A otras automotrices les exigió presentar planes para reducir el volumen de compras externas y reemplazarlo por producción local.

Fuentes del sector además aseguraron que los que se demoraron en hacer las presentaciones sufrieron otra clase de presiones. Según los informantes, algunas amenazas de sanciones por supuestos incumplimientos impositivos y la eliminación de preferencias arancelarias para algunos modelos habrían tenido ese origen. Curiosamente, la Argentina enfrenta tensiones comerciales con Chile por la aplicación de medidas proteccionistas, pero sin embargo en 2010 el saldo comercial le resultó superavitario en casi US$ 3600 millones. Según Global Trade Alert, el país trasandino está afectado por 24 medidas argentinas, aunque también Chile aplicó diferentes medidas contra productos argentinos.

Según las estadísticas, la Argentina aparece como un país con un mercado mucho más cerrado que los europeos, a los que el Gobierno suele citar como justificación para las restricciones y subsidios que aplica. La lista de medidas argentinas incluye las famosas licencias no automáticas que han causado el encontronazo con Brasil, la aplicación de cuotas y de precios de referencia.

La gran cantidad de medidas que afectan a países asiáticos tiene que ver con la protección del mercado textil realizada por la actual administración. Se trata de un sector que habitualmente defiende las medidas de restricción a las importaciones y que últimamente también respaldó a la actual administración en el diferendo con Brasil.

La Argentina también aparece en las estadísticas de Global Trade Alert como afectada por 236 medidas restrictivas de otros países. De Brasil sólo figuran ocho. El primer puesto es claramente para quien disputa el podio del más proteccionista del mundo: Rusia, con 21 decisiones para restringir compras a nuestro país.

Con todo, la Argentina no es el más afectado en cantidad de medidas por Rusia, que ha elevado el mayor número de barreras, siempre según GTA, contra sus vecinos europeos y algunos de los que fueron satélites de la desaparecida Unión Soviética.

domingo, 29 de mayo de 2011

miércoles, 23 de febrero de 2011

Inflación; poniendo las cosas en su lugar.

Juan Ramon Rallo nos pone en perspectiva en un claro y compacto desarrollo sobre lo que significó "la revolución Keynesiana" en la historia del desarrollo de la ciencia económica.

La esquizofrenia inflacionista de los keynesianos 

por Juan Ramón Rallo


Juan Ramón Rallo Julián es Director del Observatorio de Coyuntura Económica del Instituto Juan de Mariana (España).


He comentado en numerosas ocasiones que uno de los atractivos de la Teoría General de John Maynard Keynes es que le da la vuelta completamente a todo el saber convencional en materia económica. Tuvo que ser fascinante para toda una generación de economistas, frustrados por su impotencia ante los acontecimientos de la Gran Depresión, que un iluminado apareciera con un recetario mágico diciéndoles y convenciéndoles de que todo cuanto habían aprendido hasta el momento era falso y que para hallar la verdad sólo debían profesar fe en todo lo contrario a lo que habían estudiado.

Es un ejercicio interesante pasar las páginas de la Teoría General en búsqueda de disparates, sinsentidos y tergiversaciones. Al lector ducho en economía le costará sin duda no localizar una página con varios errores. Uno de tantos es el tratamiento que Keynes hace de los tipos de interés. Hasta la “revolución” que supuso el inglés, los tipos de interés eran considerados como la prima de valor de los bienes presentes sobre los bienes futuros (preferencia temporal): cuanto más dispuestos estuvieran los consumidores a diferir su consumo, más bajos resultarían estos.

Para Keynes, sin embargo, los tipos de interés del dinero —que son en su opinión los realmente relevantes— dependen en primera instancia de la preferencia por la liquidez: si la gente quiere atesorar mucho dinero, los tipos de interés subirán y si, en cambio, está dispuesta a invertir su dinero atesorado en renta fija, los tipos de interés bajarán.

La divergencia entre la visión austriaca y la keynesiana tiene una relevancia enorme. Para los austriacos, ahorro e inversión necesariamente van de la mano: si se ahorra mucho, los tipos de interés bajarán (por la menor preferencia temporal), de modo que inversiones que no eran rentables pasarán a serlo, generándose una demanda de inversión que absorberá el exceso de ahorro. Por el contrario, si la demanda de inversión aumenta sin que lo haya hecho la preferencia temporal, los tipos de interés subirán, lo que llevará a los empresarios a competir por captar unos recursos dados para implementar sus proyectos —desplazando a los empresarios marginalmente menos rentables— o a los consumidores a incrementar su ahorro para sufragar todas las nuevas demandas de inversión —cuando, por ejemplo, se produce un adelanto tecnológico que promete una elevada rentabilidad y que requiere de un aumento temporal del ahorro para su implementación—.

Para los keynesianos, ahorro e inversión también van de la mano, pero en un sentido distinto: el ahorro se genera automáticamente a partir de los deseos de inversión de los agentes. Si la inversión agregada aumenta, la renta agregada lo hará y, con ella, el ahorro necesario para sufragar las inversiones iniciales; si, por el contrario, la inversión agregada se desploma, la renta agregada también lo hará y, con ella, el volumen de ahorro disponible. Keynes, por consiguiente, temía que el volumen de inversión agregado —determinado no por el tipo de interés, sino por la eficiencia marginal del capital— no fuera suficiente para sustentar una renta agregada creciente; esto es, que la inversión no fuera capaz de absorber todo el ahorro que iba quedando disponible conforme nos enriquecíamos y que, por consiguiente, ese ahorro se autodestruyera cuando la renta agregada decreciera por la parca inversión agregada. En definitiva, Keynes deseaba que la demanda de inversión siempre se encontrara por encima de la oferta de ahorro pues, al final, ambos se igualarían y más valía que se igualaran por lo alto que por lo bajo.

Ahora bien, ¿qué sucederá, según hemos visto, en el mercado de capitales cuando la demanda de inversión supere a la oferta de ahorro? ¿Qué pasará cuando los empresarios quieran invertir más o cuando los capitalistas deseen ahorrar menos? Pues que los tipos de interés subirán. El análisis keynesiano, por consiguiente, debería ver con buenos ojos las situaciones en las que los tipos de interés están muy altos, pues ahí es evidente que todo el ahorro es absorbido en feroz competencia por los empresarios.

Y, sin embargo, dado que resulta empíricamente absurdo sostener que los altos tipos de interés favorecen el crecimiento, el marco keynesiano se las arregla para contradecirse a sí mismo y que los tipos de interés elevados sean una de las mayores amenazas contra la prosperidad, básicamente por dos motivos: primero porque se supone que los altos tipos de interés van asociados con una elevada preferencia por la liquidez (atesoramiento) que obstaculiza la inversión y, segundo, porque se considera que el empresario sólo invertirá cuando la rentabilidad esperada de su plan de negocios supere los tipos de interés, de modo que cuanto más elevados sean éstos, menos incentivos habrá para invertir.
Al margen de las inconsistencias teóricas (la preferencia por la liquidez no eleva necesariamente todos los tipos de interés: puede elevar los tipos a largo y reducir los tipos a corto) y empíricas (casualmente, los períodos en los que el atesoramiento es más elevado suelen ir asociados con períodos en los que los tipos de interés a largo plazo son muy bajos), lo cierto es que el keynesiano es un teórico esquizofrénico que estará permanentemente insatisfecho: si para que su Edén se materialice es necesario que los tipos de interés sean altos, pero al tiempo asocia los altos tipos de interés con la miseria, lo lógico es que siempre que las tasas de interés se eleven —momento en el que un keynesiano debiera estar más calmado y satisfecho— propugne una política monetaria expansiva que las reduzca. Asimismo, cuando se produzca un colapso de la demanda de inversión que provoque una caída de los tipos de interés, los keynesianos defenderán la necesidad de reducirlos aún más, pues no asociarán la minoración inicial con una menor demanda de inversión, sino con una menor preferencia por la liquidez; mas si la demanda de inversión ha colapsado, desde luego no se conseguirá reavivarla con menores tipos, por lo que las facilidades crediticias sólo redundarán en una trampa de la iliquidez que retrase los ajustes en la economía real y en un mayor endeudamiento del Estado que distorsione el proceso de ajuste.

En otras palabras, el keynesiano, por su propio paradigma teórico, se verá siempre abocado a sustituir las carencias de ahorro con respecto a una demanda creciente de inversión por un aumento del crédito bancario no respaldado por ahorro; es decir, sustituirá ahorro por inflación y con ello engendrará un ciclo económico que, a corto plazo —durante el boom económico—, le moverá a la confusión de pensar que, en efecto, la reducción artificial de los tipos de interés ha permitido aumentar la demanda agregada y, con ella, la renta agregada.

El keynesianismo, en suma, sólo es compatible con un sistema económico sumido en recurrentes crisis. Su deficiente comprensión de los tipos de interés le conduce a una esquizofrenia: desear que la demanda de inversión supere la oferta de ahorro pero aborrecer la manifestación que, tal circunstancia, debería tener en los tipos de interés. De ahí a las expansiones descontroladas de crédito fiduciario hay sólo un paso que en las últimas décadas los keynesianos no han dudado ni siquiera un segundo en dar.