sábado, 8 de diciembre de 2012

APOLO XVII


El siete de diciembre se cumplieron 40 años de la última misión a la luna; Apollo XVII.

En el vídeo podrás observar a los astronautas cantando, corriendo, saltando y hasta uno de ellos hacer un blooper, probablemente debido a un retardo en su adaptación sensorial al nuevo entorno de fuerza de gravedad. Lo podrás ver allí por el minuto 8.

Su tripulación. Comandante Eugene A. Cernan, piloto del módulo lunar, el geólogo Harrison H. Schmitt -al que llamaban con el apodo Jack- y el piloto del módulo de mando Ronald E. Evans.

Como siempre se recuerda a los tres primeros que allí llegaron -Neil Armstrong, Michael Collins y Buzz Aldrin-, considero que es un digno, merecido y equilibrado homenaje recordar también a los tres últimos.



lunes, 3 de diciembre de 2012

Las crisis y los mitos

Interesante punto de vista de John Allison al respecto de la crisis y la liberalización. 

La crisis financiera y el mito de la liberalización financiera


por John Allison
John Allison es Presidente y CEO del Cato Institute.

Los partidarios de un Estado grande han construido la política económica sobre una serie de mitos. Uno es que los ‘capitalistas ladrones’ se aprovecharon del hombre común y corriente para crear sus fortunas. De hecho, los grandes industrialistas, como John D. Rockefeller, mejoraron dramáticamente la calidad de vida de todos. Otro mito es que el New Deal del presidente Roosevelt acabó con la Gran Depresión, cuando de hecho la depresión no se acabó hasta después de la Segunda Guerra Mundial cuando sus políticas fueron abandonadas.

El nuevo mito es que la reciente crisis financiera y fracasada recuperación fueron causadas por la liberalización bancaria y la ambición en Wall Street. En honor a la verdad, la industria de la banca nunca fue desregulada. Hubo un aumento masivo de regulaciones durante la administración Bush, incluyendo la Ley de Privacidad, la Ley Patriota y la Ley Sarbanes-Oxley. La industria de la banca fue mal regulada, no desregulada. Estas nuevas leyes dirigieron fundamentalmente mal la administración del riesgo bancario. Siempre ha habido mucha ambición (y miedo) en Wall Street. Sin embargo, no hay ni una gota de evidencia de que una plaga de ambición invadió las finanzas.

La crisis financiera fue principalmente causada por la política estatal. No vivimos en un libre mercado. Vivimos en una economía mixta. La industria de la tecnología es en gran medida libre de regulaciones y como resultado se ha desempeñado bien durante varios ciclos económicos. Los servicios financieros constituyen la industria más regulada en el mundo, y como esto es así, no sorprende que la industria haya sido tan problemática.

La verdadera causa de la crisis financiera fue una combinación de errores por parte de la Reserva Federal, junto con la política estatal de vivienda, que fue implementada por Freddie Mac y Fannie Mae. Nada de esto hubiera existido en un mercado libre.

A principios de los 2000 Alan Greenspan estaba acercándose al final de su carrera en la Fed mientras que EE.UU. estaba experimentado una pequeña corrección económica. Greenspan quería salir como un héroe, entonces él ‘imprimió’ dinero para crear unas tasas de interés reales negativas gracias a las cuales uno podía prestar a una tasa menor a la tasa de inflación. Esto condujo a un gigante incremento del endeudamiento.
Cuando la Fed imprime dinero pensamos que somos más ricos de lo que en realidad somos y esto crea un consumo excesivo. El consumo en gran medida migró hacia el mercado de bienes raíces residenciales gracias a las cuotas de préstamos asequibles para vivienda impuestas por el Congreso sobre Freddie y Fannie.

Por cierto, la vivienda constituye un consumo más no una inversión. Usted puede consumir una casa de igual manera que consume un auto. Durante la bonanza liderada por el Estado, la vivienda experimentó un excedente de capital en medio de un déficit de capital para los innovadores comerciales.
Irónicamente, en lugar de ser causada por la ambición, la causa filosófica de la crisis financiera fue el altruismo. El altruismo no es lo mismo que la benevolencia. Todos son más importantes que usted, según el altruismo. Como lo interpretan los estatistas, el altruismo significa que el colectivo es todo y el individuo no importa.
Todos tienen el derecho a una casa agradable. ¿Provista por quién? Todos tienen el derecho a una atención médica gratuita. ¿Provista por quién? ¿Mi derecho a la atención médica gratuita es mi derecho a obligar al doctor a proveer la atención o de obligar a otro a pagar por mi doctor? Todo esto está en conflicto con el concepto tradicional de derechos en EE.UU. Según este concepto, cada uno de nosotros tiene derechos sobre lo que uno produce. No tenemos derecho a disponier de lo que otra persona produce.

EE.UU. debe cambiar radicalmente de dirección. El fundamento para ese cambio es filosófico. La cura para nuestros problemas son los principios que hicieron de EE.UU. una nación grandiosa en primer lugar: La vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad. Usted tiene un derecho moral sobre su propia vida y sobre el producto de su trabajo, incluyendo el derecho de regalar cuanto desee de lo que produce a quien usted desee regalárselo. Los conceptos políticos que se derivan de estas ideas filosóficas son los derechos individuales, un Estado limitado, los mercados libres —o, dicho de manera más sencilla, el capitalismo.
Este artículo fue publicado en la revista Forbes (EE.UU.) en la edición del 10 de diciembre de 2012.

sábado, 6 de octubre de 2012

PARÁMETROS ECONÓMICOS

Hace unos días la presidente Cristina Fernández de Kirchner dió apertura a la cátedra Argentina en la Universidad Georgetown de Estados Unidos. El momento fue esperado con ansias, entre otras cosas, por la posibilidad de la que dispondrían los alumnos de hacer preguntas a nuestra mandataria, alternativa virtualmente vedada en el contexto local más allá de algunos intercambios pasajeros y efímeros al ingreso o salida de algún acto de gobierno.

La presidente argentina en el grueso de las respuestas no abordó los puntos que se le habían solicitado en las preguntas, fue un compendio de giros y rodeos para salvar los conceptos que forman el núcleo duro de las decisiones económicas que su gestión viene profundizando. Si bien en la conferencia se habló de ciclos históricos y políticos, nos interesa aquí resaltar dos puntos importantes que tienen que ver con el dinero y el tipo de cambio. Se pretende explicar parte de las inconsistencias que aparecen en los argumentos oficiales de política económica, a la vez que mostrar ciertos aspectos de la dinámica que obtura el poder de compra de los ciudadanos cuyos ingresos descansan en salarios -a la vez que los mantienen en una ficción de mejora-, mediante licuación por efectos inflacionarios.

En un momento de la argumentación Cristina Fernández recordó y fustigó el período de convertibilidad, indicó que es irrisorio pensar un dólar equivalente a un peso como anclaje nominal; las diferencias de las estructuras económicas que una y otra moneda representan es el argumento central para negar aquella equivalencia. Si bien posee veracidad tal conclusión, en ella tan solo se observó una parte de la película, la estática. Lo importante como anclaje entre las monedas y que pone en alarma la imposibilidad de igualación entre economías con diferencias estructurales tan agudas, no es el número en sí, sino la dinámica y la variación de aquello que el número representa. La visión cobra otra cualidad incorporando parámetros dinámicos y ahí lo que ingresa como aspecto determinante es el tiempo.

Cada moneda representa, sintéticamente, la productividad del ciclo de negocios y de bienes y servicios de una economía en términos de la otra; mantener inamovible a lo largo del tiempo el tipo de cambio entre dos monedas quiere decir que la productividad del ciclo de producción de esas economías, en ese mismo tiempo, no ha variado. Por ejemplo, un peso representa en una economía 10 productos de 10 centavos, y un dólar representa en otra 10 productos de 10 centavos de dólar. Si luego de diez años la economía que representa dólares ha multiplicado la productividad y ahora ha creado 20 productos, un dólar representará más en términos de bienes y servicios que un peso. Por lo tanto, las personas en el mundo pretenderán obtener dólares y no pesos. Tal vez hemos simplificado el ejemplo en demasía, dado que no se incorpora el efecto de la emisión y el mercado del dinero puntualmente, pero para los fines de la explicación es pertinente y muestra una dinámica que en economía es insoslayable.

Haber mantenido un peso igual un dólar en la década del 90 significó que la productividad media de la República Argentina se incrementó en igual intensidad que la productividad media de Estados Unidos. Y es ahí donde el modelo de convertibilidad falló y debió haber sido ajustada la simetría ya en 1994.

Ahora bien, mantener vía intervención durante un cierto tiempo una paridad nominal sin ajustes -supongamos de 4,5 a 1-, entre dos economías asimétricas como la Argentina y la de Estados Unidos, recrea igualmente el efecto mencionado sobre la convertibilidad.

Solo debemos cambiar el número 1 por el número 4,5 en los billetes y, si se mantiene inamovible esa paridad a lo largo de los meses, estamos esencialmente montados en la misma dinámica que en plena época convertible. Hoy la paridad está apuntalada por otro tipo de intervención, nuevamente un factor exógeno a los determinantes estructurales que definen la paridad de las monedas está obturando la tendencia a sus equilibrios; en algún sentido continuamos en convertibilidad. Argentina en los últimos años ha controlado el mercado cambiario haciendo todo lo posible para anclarlo y dejarlo librado tan solo a pequeños movimientos por temor a la escalada inflacionaria, de esta manera la productividad estructural Argentina es obligada a correr en paralelo a la de Estados Unidos, representada por el dólar. Intentar algo así es como obligar a un niño que comienza a dar sus primeros pasos, a mantener los tiempos de Usain Bolt en la prueba de 100 metros de velocidad. Primera falacia del discurso al descubierto.

En otro momento la presidente hizo referencia a la cantidad de dólares per cápita que poseen los habitantes argentinos, argumentando que los brasileros poseen algo así como 6 dólares y los argentinos alrededor de 1300. Es sencillo confirmar la veracidad de tal aseveración con tan solo multiplicar esos números por la cantidad de habitantes y comparar el resultado con las reservas líquidas de una y otra economía. Haciendo esto podemos ver que el dato para argentina da 52 mil millones de dólares, aunque para Brasil da tan solo mil doscientos.

Para ejemplificar lo que significa manejar los números de la manera que lo hace nuestra presidente y sus asesores, recurriré a un ejemplo sencillo de la cotidianeidad de nuestras vidas. Imaginemos a Rodrigo, un joven de mediana edad que observa los efectos del invierno en su abdomen prominente y decide ir a un gimnasio con la intención de verse bien en este verano que se avecina. El dueño del gimnasio y a sabiendas de la competitividad de los hombres por levantar más y más peso decide, para incrementar su clientela, cambiar los números de las pesas.

Así, los discos que pesan 5 kilogramos los denomina con una inscripción que dice 10 Kgs, a los de 10 con 20 y así para todos los pesos del gimnasio. De ésta forma y al poco tiempo de comenzado el trabajo, Rodrigo encontrará rápidamente que levanta pesos insospechados, se siente fuerte y adentro del gimnasio todo es alegría y vigor; las personas levantan cientos de kilogramos y se van de allí satisfechas a sus hogares.

Pero como la vida no se reduce a un entorno cerrado y simulado en una forma tan acotada y predecible, tarde o temprano llegará el momento en que Rodrigo irá, por caso, a un cumpleaños. Charlando con amigos decide contar que en el gimnasio levanta ciento cincuenta kilogramos en el ejercicio de pecho. Sorprendidos al principio y observando la simetría de su cuerpo, sus amigos descreerán de la afirmación y, con cierta dosis de jactancia, transformarán a nuestro entrañable Rodrigo en el hazmerreír del cumpleaños. Sin embargo, hastiado y con la fuerza del convencimiento, Rodrigo se empuja a redoblar la apuesta. Propone entonces para ir al día siguiente al gimnasio que designen para demostrar su fuerza efectiva.

Llegado el momento colocan sobre sus brazos el rigor de ciento cincuenta VERDADEROS KILOGRAMOS de puro hierro. A sabiendas de la imposibilidad de Rodrigo y “conociendo el paño”, cuidan de no soltar todo el peso sobre la humanidad del entrañable proyecto de atleta, lo hacen lentamente y ven como su cara comienza a emanar gestos de un esfuerzo inconmensurable, cambia la tonalidad del color de la piel a la vez que denota cierta desdicha y desilusión en el movimiento de sus cejas y su frente.

Luego de unos minutos y en medio de intercambios para atemperar el desasosiego de Rodrigo, quitan peso y dejan la barra con 75 kilogramos. Rodrigo se entrega a un nuevo esfuerzo y ve que ahora si, su fuerza se corresponde con el movimiento.

Terminada la experiencia entonces, Rodrigo indica que había sido instruido con otros pesos y otros parámetros, a lo que sus amigos responden que los pesos eran los mismos que aquí cuando elevó el hierro puro, que eso no había cambiado a términos de la física, sino que el dueño del gimnasio a donde había desarrollado su entrenamiento era un mentiroso; que un kilo es eso que tanto le costó aquí y no aquello otro que tan poco sintió allí. Terminan la experiencia de luz que el encuentro permitió con una frase y una amigable palmada de hombro; “Bienvenido a la realidad…”.

Hoy en Argentina los trabajadores están sufriendo el efecto Rodrigo aunque aún no lo han percibido con la contundencia del ejemplo. El dueño del gimnasio (o mejor dicho la dueña) comienza a necesitar cerrar libertades para evitar la socialización y el intercambio económico individual de sus dirigidos con el resto del mundo. Paralelamente, pretende indicar a otros gimnasios que el concepto de peso -la denominación kilogramo-, no es el que a lo largo del tiempo han creído que era y que, en definitiva, todo esto es una construcción fruto de negociaciones y pujas sociopolíticas. Olvida la representación de la producción que tales números conllevan en sí mismos, la cantidad de peso en bienes y servicios que un billete puede levantar y que depende directamente de la productividad del trabajo y del fondo de trabajo acumulado y acumulable de una economía; SU FUERZA.

A diferencia del entrañable Rodrigo nuestra presidente y sus asesores no se atreven a probar sus postulados con el rigor de la experiencia, y es por eso que desdeñan y evitan ser preguntados; se saben interpelados. Saben más que ninguno de nosotros que, a ciencia cierta y con el peso adecuado, la economía argentina mostrará su fuerza como Rodrigo con ciento cincuenta kilogramos en sus frágiles brazos.