lunes, 30 de junio de 2014

martes, 17 de junio de 2014

UNA HISTORIA DE FALLOS.


Érase una vez una familia que acostumbraba dejar todas las mañanas a sus pequeños en casa de una predispuesta familia vecina para para su cuidado, alegaban tener que ir al trabajo y no disponer de suficientes recursos para pagar los valores requeridos por las personas que ofrecen ese servicio. Los vecinos, siempre dispuestos, aceptaban a los niños sin pedir nada a cambio, a los cuales daban de comer y protegían hasta media tarde, momento de retorno de sus padres. Sorprendía a estas personas predispuestas a esos menesteres que los infantes solían verse desarreglados y disfrutando en demasía los desayunos y almuerzos que se les servía. Y tal estado de ánimo en los niños se percibía más allá del alimento; parecían disfrutar más por la sensación de protección transmitida durante el ritual brindado que de los sabores servidos para degustar. Las actitudes de los niños mostraban claramente que se trataba de un momento inexistente en el hogar de donde provenían.

Con el tiempo esos vecinos demandantes también solicitaron dinero a esos complacientes colindantes. La familia en problemas sostenía que sus recursos no lograban cubrir los gastos de alquiler. Alegaban que los niños se quedarían sin techo en caso de verse forzados a mudarse. También, sostenían, necesitaban trabajar más por salarios que no paraban de caer. Los préstamos solían solicitarse cuando se aproximaba el fin de semana, y llamaba la atención a quienes prestaban de buena fe pensando en los niños, escuchar cada fin de semana sonidos y murmullos hasta altas horas de la madrugada, lo que hacía pensar que allí se brindaban grandes festines a los cuales no eran invitados.

Y llegó el día en el cual, ante la deuda creciente y la preocupación del vecino por el riesgo de insolvencia, éste caminó unos metros y golpeó la puerta contigua para solicitar la posibilidad de pago de aquello que se había adelantado desde hacía meses, dado que la acumulación ya era insostenible y comenzaba a tornarse en un peligro para la economía del propio acreedor. La respuesta que recibió fue una larga argumentación entre sollozos y quejas de la realidad, cubriendo una negativa al pago presente con una promesa de pago futuro con cierto interés. Ya pasado un tiempo el vecino deudor solo cumplió parte de su promesa, indicando que se había quedado sin trabajo y que ahora no solo no podría afrontar la deuda contraída, sino que era muy probable que debiera dejar su casa si no lograba conseguir un nuevo empleo.

La familia acreedora, tomando consciencia de la situación continuó prestando dinero y cuidó a los niños todas las mañanas, aunque comenzó a ver que en el barrio ya no recibían los saludos acostumbrados y era creciente la cantidad de vecinos que daban vuelta la cara al tenerlos a tiro de un "buenos días vecino", y era extraño, porque eran las mismas personas que hasta no hacía mucho tiempo siempre respondían de manera cordial. Pasaron los días y comprendieron que tales actitudes del vecindario se correspondían a que sus vecinos -sus deudores-, los habían injuriado: se decía en el barrio que eran "demasiado ambiciosos" y "egoístas", que "teniendo un buen pasar económico no tenían piedad para con ellos" y que "reclamaban un dinero que, sabían, no podrían pagar". En tanto los sábados por la noche las fiestas en la casa endeudada se repetían hasta altas horas.

Y los niños continuaban mal vestidos...

Un buen día el vecino en deuda consiguió un trabajo de mejor calidad y lo primero que hizo fue cambiar su auto por uno nuevo. Continuó haciendo fiestas en las que nunca eran bienvenidos los vecinos acreedores. Y continuaron hablando muy mal de esa gente ambiciosa que había prestado dinero y quiso reclamarlo a sabiendas de la situación que habían pasado: Y QUE POR ESO NO PAGARÍAN A ESOS USUREROS LO QUE RECLAMABAN, QUE ERA INJUSTO.


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Luego de este pequeño relato es hora pe preguntar al lector: ¿Alguna vez ha prestado dinero que no le han devuelto? ¿alguna vez se ha sentido o le han hecho sentir que por reclamar lo que le deben usted es una mala persona? ¿alguna vez en su barrio, pueblo, ciudad o provincia la gente habló mal de usted por haber querido reclamar alguna deuda a una persona que, por ello, se encargó de difamarlo? Seguramente hay muchos que contestarían que sí. Esa actitud invertida es moneda corriente en Argentina. Hay mucha gente que se endeuda para enfiestarse y luego no se hace cargo de la fiesta, y que luego señala como malas personas a aquellos que solo reclaman lo que les pertenece.

Cristina Kirchner es la fiel representante de un movimiento que, a su vez, monta los sollozos exculpatorios entre los jirones de Argentina: ¿cómo no la van a apoyar en su discurso los militantes y gran parte de eso que llamamos "el pueblo"?

En su discurso, precisamente, se ha realizado el traslado, traducción y desplazamiento hacia los esquemas internacionales, de las mismas situaciones y miserias que día a día vamos construyendo aquí -y de las cuales vamos siendo anuentes invirtiendo el sentido de responsabilidad-. Y mi última pregunta al lector paciente: ¿nunca se ha sentido culpable por tener que ir a reclamar a alguien para que le pague una deuda? Es muy probable que la respuesta sea positiva. Y eso es lo que somos hoy. Quien debiera sentirse culpable se siente una víctima, y quien es víctima, debe sentirse culpable. EN ARGENTINA HEMOS INVERTIDO EL SENTIDO DE TODO.

Nada nuevo a partir de hoy. O tal vez, pensándolo mejor, algo nuevo ha nacido. Probablemente estamos ante el nacimiento del acta de defunción de una forma de vida, de ser, de pensar, que ha llegado a su fin con el fallo de Estados Unidos.